sábado, 5 de marzo de 2011

Un lugar para crear (I)

Cuando Gromordonorobok, la conciencia masiva que sobrevivió al último Big Bang, hubo recopilado toda la información sobre el Universo, tuvo que buscarse otra meta. Pese a su naturaleza de omnisciente presencia, lo que motivó a Gromordonorobok no era estrictamente una “meta”, si no más bien su tendencia entrópica (lo que algunos cosmocientíficos y eonohistoriadores han calificado como “destino”) a seguir recopilando información. De este modo, y sin minucia física de ningún plano existente que resistiera a su comprensión, Gromordonorobok determinó que tal vez debería concentrarse en el flujo de información más primitivo que navega entre las entrañas del Universo -el único código de información que en realidad no tiene ningún efecto aparente en su estructura- y dejarse enriquecer por su emisión. Este flujo, al que Gromordonorobok -de tener algún sistema de emisión de sonido- hubiera llamado mesmerizodorialia, es lo que en gran parte de la Galaxia se conoce como “anécdotas”. “Historias”, “sucesos”, “chascarrillos”.

Para ese fin, el de construir una gran cúpula que fuera capaz de emitir y concentrar un gran flujo de mesmerizodorialia, Gromordonorobok buceó entre sus conocimientos -lo que le llevo el equivalente humano a encoger los dedos de los pies tras recibir el roce de una pluma- para averiguar cuál sería la forma más óptima para conseguir su propósito. No le cupo ninguna duda, todas las criaturas, esencias, matices, partículas y metaegos del Universo estaban de acuerdo en que el mejor sistema canalizador de historias era, sin equívoco, un bar.

Pero Gromordonorobok, en su calidad de conciencia masiva más antigua que el Universo mismo, no tenía los medios físicos para emprender esa tarea; así que mediante su enlace cognitivo con la Creación, pidió la ayuda de los más expertos suprasesores, hiperarquitectos, enlazadores de ultralogística y, por supuesto, rotuladores, pues ningún bar es un local digno sin un gran y llamativo rótulo para atraer a la clientela. Para tan singular proyecto, Gromordonorobok estimó que el único lugar que podía albergar su local era el extremo del Universo. Pero no la frontera lejana, fría y dilatada del cúmulo de galaxias que forma el Espacio, no, él se refería al otro extremo: el inicio, la cuna, el motor mismo del Universo. Lo que Gromordonorobok hubiera llamado omnergostárato pero casi toda la Creación llama “el origen”: el punto de partida a todo, las coordenadas de una partícula de grosor que vieron estallar al Big Bang.

Tras poco más que algunos siglos -un período de tiempo de verdad insignificante en la mayoría de sectores del cosmos- de planificaciones y construcciones en diversos planos de la existencia, la taberna que iba a convertirse en el mismo epicentro del Universo quedó lista para su uso. Tan sólo faltaba contratar el personal, elegir una carta -tanto de bebidas como de alimentos- lo bastante variada como para que cualquier tipo de ente pudiera disfrutar de una relajada velada y, por supuesto, sembrar el local de cognoquantums. Los cognoquantums son partículas supraelementales que convergieron en nuestro Universo hace pocos millones de años, pero desde entonces han sido de gran utilidad para las civilizaciones más avanzadas. Los cognoquantums sólo se ven alterados por la energía derivada de la vibración que producen las actividades del hipercampo electromagnético intrínseco de todo ser de la Creación -también llamado HEMI o “alma”, según la civilización y sus capacidades de medición- y en verse afectados por esta vibración emiten una señal pandescifrable. En su sentido práctico, los cognoquantums son utilizados para traducir cualquier idioma sin error, pues al beber de la fuente directa de la HEMI-vibración, su mensaje queda sin alterar, completamente puro en su significado.

*Curiosidad: En las conversaciones que se dan en lugares -o planos, o topodomos- sembrados de cognoquantums, se puede observar un fenómeno curioso. Y es que, dado el puro significado de los mensajes que emiten estas partículas, resulta imposible para los interlocutores mentir -siempre que sea con objeto de engañar, pues las partículas sí son capaces de detectar bromas, exageraciones o sátiras-, por lo que es posible ver una amena conversación en la que ambos conversadores sonríen satisfechos creyendo estar convenciendo a su pareja mientras ésta sonríe satisfecha por estar enterándose de los trapos sucios de su conversador.

Pero una vez emplazado, diseñado y construido el local -categorizado, a partir de su inauguración, como “hiperlocal” por ser una metaconstrucción presente en diversos planos de la Existencia-, contratado el personal -fue necesaria la invención de un nuevo tipo de archivador cosmocuántico para almacenar la ingente cantidad de nóminas que se generaron- y elegida la selecta carta a disposición de los futuros clientes, aún quedaba un punto de vital importancia para todo proyecto. Algo, no intrínsicamente importante desde el punto de vista elemental, pero sí desde el markéting -una de las fuerzas físicas terciarias más en auge durante los últimos millones de años del Universo-: UN NOMBRE. ¿Qué bar era un buen bar si no tenía un nombre?

Huelga decir que los suprasesores de Gromordonorobok evitaron que fuera la conciencia masiva quien decidiera el nombre del hiperlocal.

CONTINÚA EN UN LUGAR PARA CREAR (II)

**Publicado por primera vez en 'Vida Cúbica', mi blog personal.

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